14.11.05

Ámbar

Plin, plan, plin, plan... El semáforo de la esquina me avisa de que ha empezado mi hora preferida del día. Las calles están vacías, sólo pasa algún coche rezagado a toda velocidad, y el aire aún no es demasiado frío. La ciudad muere durante unas horas, gracias a Dios, y el silencio me sabe tan bien... Las iluminación de las farolas acentúa todavía más la sensación que siempre tengo, siento que en esos momentos la calle se transforma en un enorme escenario vacío en el que mi voz o el ruido de mis zapatos llegan a todas partes, como en los teatros griegos. Tierra de nadie para que todas las ideas acumuladas a lo largo del día trisquen durante un rato, hagan el loco, se enamoren, se asesinen... Lo que sea con tal de que al volver a mi cabeza se hayan calmado y me dejen descansar.