17.9.05

Nubeadicta

Sí, señoría, lo confieso. Desde que tengo uso de razón el impulso de observar el agua en estado gaseoso ha sido superior a mi voluntad, y aún hoy puedo pasarme más de una hora mirándolas por la ventanilla del coche. De pequeña pensaba que en los estratos dormía Dios, o Drácula (en aquellos momentos eran dos figuras igual de imprecisas y tremebundas para mí), y los cumulonimbos me parecían nieve blandita, perfecta para liarme a bolazos con mis hermanos. Al crecer ya sabía que nada de aquello era cierto, y sin embargo su propia naturaleza me seguía fascinando, el modo en que recogen y mutan la luz del atardecer, o se quedan solitarias sobre algún punto, mientras el resto del cielo está vacío... Ya sé que es una cursilada, un pecado contra la sofisticación, pero hay cosas peores.