20.12.07

Me encanta esta parte

A su izquierda se alzaba una torre. «He aquí un buen sitio. ¿Para qué tengo que ir a la isla Petrovski? Aquí, por lo menos, tendré un testigo oficial.»

Sonrió ante esta idea y se internó en la calle donde se alzaba el gran edificio coronado por la torre.

Apoyado en uno de los batientes de la maciza puerta principal, que estaba cerrada, había un hombrecillo envuelto en un capote gris de soldado y con un casco en la cabeza. Su rostro expresaba esa arisca tristeza que es un rasgo secular en la raza judía.

Los dos se examinaron un momento en silencio. Al soldado acabó por parecerle extraño que aquel desconocido, que no parecía estar borracho, se hubiera detenido a tres pasos de él y le mirara sin decir nada.

-¿Qué quiere usted? -preguntó ceceando y sin hacer el menor movimiento.

-Nada, amigo mío -respondió Svidrigailov-. Buenos días.

-Siga su camino.

-¿Mi camino? Me voy al extranjero.

-¿Al extranjero?

-A América.

-¿A América?

Svidrigailov sacó el revólver del bolsillo y lo preparó para disparar. El soldado arqueó las cejas.

-Oiga, aquí no quiero bromas -ceceó.

-¿Por qué?

-Porque este no es sitio.

-El sitio es excelente, amigo mío. Si alguien te pregunta, tú le dices que me he marchado a América.

Y apoyó el cañón del revólver en su sien derecha.

-¡Eh, eh! -exclamó el soldado, abriendo aún más los ojos y mirándole con una expresión de terror-. Ya le he dicho que éste no es sitio.

Svidrigailov oprimió el gatillo.

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