La anciana de enfrente se derrama en el asiento. Se hunde en medio del abrigo de piel, la pulsera de oro añejo, el pelo hueco, los taconcitos de salón. Y no opone resistencia, hasta los ojos están fuera de servicio. Sólo el leve movimiento del jersey blanco de perlé desmiente lo peor. Tac tac en el hombro, una enfermera se la lleva como quien abraza un árbol. Llueve.
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